domingo, 13 de diciembre de 2009

Volviendo hacia el norte

Con la lima de uñas de Andy casi inservible y despues de que un simpatico japones nos dejara su navaja suiza (con lima incluida), conseguimos ver una chispa que al fin hizo que Su arrancara despues de haber estado casi una hora del domingo hurgando en las entrañas del motor de esta vieja furgo que ya tiene mas de 310.000 km en el marcador. Con miedo a que no volviera a arrancar, nos dirigimos a Dunedin y aparcamos delante de un taller, con la idea de dormir dentro de la ciudad y estar preparados para ser los primeros el lunes por la mañana.

El domingo lo dedicamos a pasear por la ciudad y disfrutar de su piscina publica. Algo que facilita la estancia en Nueva Zelanda a la gente que viaja como nosotros es que en cualquier pueblecito encuentras lavabos publicos en buen estado, y en muchos de ellos ademas hay piscina cubierta a un precio bastante asequible (2-4 euros por persona), lo que hace que la ducha no se convierta en algo imposible. Incluso nos compramos gafas de nadar.


Lo peor vino por la noche. Aun siendo una calle poco transitada por coches o peatones, cocinar y cenar dentro de una furgo es poco intimo: siempre te sientes observado aunque cierres las cortinas. Pero despues de leer a la luz de las farolas, dormir en una ciudad es toda una odisea. Primero rezas para no tener que levantarte por la noche para ir al lavabo, despues no puedes dormir por el trafico de las calles cercanas, despues te das cuenta de que si pasa la policia te puede peir amablemente que vayas a dormir a otro lado... y cuando ya te has conseguido dormir te despierta el estruendo del camion que limpia las calles a las 3 de la madrugada. Vaya nochecita...

Pero a la mañana siguiente nos abrieron las puertas de un taller donde se apiadaron de nosotros y nos consiguieron colar en la lista de espera para echarle un vistazo a la furgo. Lo mas curioso fue ver los elevadores que tenian para los coches: un par de ellos eran de la marca Istobal, Made in L'Alcudia, a unos 7 km de mi pueblo, mas o menos a la otra parte del mundo. A eso de las 14:30 saliamos de Dunedin con la furgo reparada (le cambiaron un par de piezas de cuyo nombre no quiero acordarme) y con nuestro presupuesto tambaleandose con 110 euros menos en el bolsillo.


Volviamos a estar en la carretera, viajando hacia el norte en nuestra travesia por la costa este de la isla del sur, que nos llevaria hasta Moeraki, donde hay una playa con unas rocas practicamente esfericas formadas hace un monton de años, donde tuvimos pocas oportunidades de sacar fotos sin japoneses por el medio. Hay que ver la cantidad de nipones que se ven viajando en enormes grupos por esta pais! Mas o menos como los españoles viajando por Europa... Aun asi, la imagen de las olas rompiendo en estas grandes esferas de hasta 3 metros de diametro es digna de hacer una larga parada en el camino.

El siguiente pueblo era Oamaru, un pueblecito con una fabrica de queso buenisimo y con una colonia de timidos pinguinos azules que cada anochecer vuelven del mar a pasar la noche con sus crias a la costa. Hay un centro que por una modica cantidad que no nos podiamos permitir te sentaban en una especie de anfiteatro para verlos salir del mar en masa hacia sus nidos. Nosotros, con la ayuda de la Lonely Planet, esperamos en el parking del centro de observacion, y pudimos ver el mismo espectaculo gratis. Los pequeños pinguinos azules tienen que salir del agua y cruzar la calle del puerto, que afortunadamente esta señalizada para que nadie conduzca rapido. Alli estuvimos mas de una hora viendo una constante procesion de simpaticos pinguinos desafiando a los coches que para ellos deben parecer estruendosos monstruos con ojos de fuego que no les dejan ir a alimentar a sus hijos despues de un largo dia de pesca.



A la mañana siguiente nos adentramos hacia los Alpes del Sur en direccion noroeste. La incesante lluvia hizo que decidieramos pasar un dia de descanso en una granja que ofrece habitaciones, tiendas de campaña o sitios para aparcar las caravanas a un precio bastante asequible. Nosotros pagamos 10 euros por una noche  con derecho a cocina, baño, salon, pelis, libros, revistas, cafe, compañia, buenas conversaciones y una de las mas bonitas puestas de sol que puedas imaginar.


De alli, seguimos la ruta pasando por el valle Waitaki, donde unas fantasticas formaciones rocosas llamadas Elephant Rocks sirvieron de escenario para la peli "Las Cronicas de Narnia", y donde nos esperaba una zona de lagos y embalses color turquesa que son la antesala de los glaciares que rodean las montañas mas altas del pais. Entre ellas, el Mt. Cook, con mas de 3700 metros, domina un paisaje de pastos, rios y lagos que no pudimos disfrutar al 100% debido a las nubes y a la incesante llovizna que no nos dejo de acompañar en los 2 dias que pasamos por alli. Aun asi, el paisaje es sobrecogedor, pero mas sobrecogedor es ver el lago Tasman con sus icebergs flotando como esponjas que intentan aguantar congeladas las cada vez mas altas temperaturas del planeta. Pensar que hace tan solo 20 años este lago no existia, que hace 100 años esta zona estaba cubierta de hielo y nieve todo el año, que lo que queda del glaciar Tasman, el mas grande de Nueva Zelanda, se esta derritiendo a una velocidad estratosferica, que estas enormes reservas de agua que ayudan a que este pais sea tan maravillosamente verde puedan agotarse en pocos años convirtiendo en desiertos lo que ahora son bosques y prados... y que la cumbre de Copenhagen sea otro fiasco... es tambien sobrecogedor.


Volvimos hacia la costa por rectas e interminables carreteras flanqueadas por granjas y mas granjas repletas de ovejas y mas ovejas, vacas y mas vacas, y todo ello con un fuerte viento que hacia que la  pobre Su bailara al son de los rabiosos resoplidos de Eolo.

Una soleada tarde de sabado llegabamos a Christchurch (tres CH!), la ciudad mas grande de la isla del sur, aunque solo tenga algo mas de 300.000 habitantes. Alli nos esperaba Brian, otro simpatico kiwi que conocimos en Tonga y que nos ofrecia quedarnos en su casa para empezar a disfrutar de temperaturas mas acordes del incipiente verano, pero sobre todo para disfrutar de la agradable compañia de Virginia, su mujer, y sus dos hijos, Theo y Salomon, ademas de dos enormes gatos (como ya he comentado, aqui en NZ todo es ENORME) que comparten la bonita casa con vistas a las dunas que dan acceso a la playa.

Se acerca la navidad y nosotros en la playa... El mundo al reves!

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